sábado, 18 de junio de 2011

PRESENTABILIDAD SOCIAL EN ENLACES NUPCIALES

Entre una sanción administrativa por infracción al volante o una invitación a una boda, sinceramente, me quedo con mi sanción, sea cual sea el importe de esta por muy caro que fuere nunca podría superar en molestias y pesadumbres a un desafortunado casamiento.
Las bodas me cortan la digestión.
En mi soberana persona el disgusto comienza cuando los artífices del desposorio cometen la inhumana afrenta de enviarme la invitación a mi domicilio.
Ustedes, mis queridos lectores creerán o más bien aseverarán que el motivo por el cual me producen antipatía los enlaces nupciales es por el consiguiente desembolso económico. Pero aquellos que bien me conozcan sabrán que soy persona de posibles y que por tanto la cuantía económica del evento me la reflanflinfla.
Es la ordinariez lo que motiva la repulsa en mi persona.
Considerome persona de inquebrantable moral, arraigados principios y envidiable decoro, pero ciertos comportamientos sociales provocan mis mas salvajes instintos, produciéndome un irrefrenable deseo de asesinar.
Muchos son los sitios donde se producen estos comportamientos pero es en las bodas donde se concentran todas y cada una de las conductas indecorosas que a mi personalmente me repugnan.
Expongo a continuación los comportamientos que sin lugar a dudas harán de ustedes unos indeseables en un enlace nupcial.

Las fotos, las fotos me horrorizan y hacer fotos sistemáticamente en la casa del Santísimo esta muy feo. Individuos con complejo de fotógrafos y un inexistente sentido del ridículo, desde aquí les invito imperiosamente a que se inviertan el importe del cubierto nupcial en cualquier casa de señoritas, todos ganaremos, ustedes las damiselas y yo.
El lanzamiento de arroz arruina el evento desde el preciso instante en el que el primer grano sale despedido hacia los novios.
Los besos, es de una ordinariez insuperable andar repartiendo besos a diestro y siniestro como si no hubiera un mañana. El contacto labial debe efectuarse con cuidadosa mesura tratando de evitar en todo momento contactar con desconocidos ya que eso proporciona una penosa imagen social. No hay nada más espantoso que la visión de una gorda pamela en cabeza besuqueando con cara de satisfacción en la puerta de la iglesia y exhibiendo una desproporcionada alegría.
Durante el Cocktail previo al ágape queda terriblemente pavoroso ingerir alimento alguno. Se debe rechazar con solemne gesto cualquier ofrecimiento alimenticio quedando permitido de modo excepcional ingerir alguna bebida. Tío político de novia que se atiborra complacido durante el cocktail inicial debería ser expulsado inmediatamente del convite e impedirle mediante resolución judicial, la asistencia a cualquier evento social.
Los niños están de más en cualquier lugar pero especialmente su asistencia es inadecuada en bodas, invitado que asiste a boda con sus retoños es un invitado rencoroso y cruel. Recuerden siempre amigos que los infantes estarán mejor en jaulas que incordiando a los invitados a la celebración.
La entrada de los contrayentes al recinto de la celebración a ritmo de J. Pachelbel es de una cursilería imperdonable.
Cortar la tarta nupcial a ritmo de Andrea Boccelli es un atentado contra el buen gusto.

De todos los seres humanos e inhumanos que asisten a las nupcias hay un ejemplar que a mi personalmente me horripila hasta limites incalculables. Ese sujeto, mis queridos lectores, no es otro que la señora que berrea una espantosa frase titulada “Vivan los novios”.
Generalmente y salvo remotas excepciones, el gritador de tan insufrible oración suele presentar el siguiente perfil:
            Mujer 45-60 años, gorda como un botijo, lucidora de espantoso conjunto floreado y rigurosa pamela en cabeza, rostro pintado como un Monette y empedernida repartidora de besos. Generalmente suele ser prima de la madre de la novia.
Generalmente en el preciso instante en el que los novios pasan por el desagradable trance del paseillo nupcial, también conocido como ingreso en salón de boda, es cuando un espantoso alarido resuena en toda la instalación, es la gorda que ha expresado su deseo de prosperidad matrimonial de la forma mas indecente.
Este bramido, ruboriza al novio y a todo asistente de bien.

Solo hay dos formas posibles de evitar tan desafortunado incidente:

La primera es omitir la invitación al festejo a tan desagradable pariente culpando de la desinvitación al pésimo servicio de correos. Deben tener en cuenta amigos, que una persona capaz vociferar en público de esa manera, también es capaz de presentarse en convite sin haber recibido invitación alguna. Dicho queda.
La segunda opción es infinitamente más recomendable y consiste en incluir, dentro de los preparativos previos al enlace, el asesinato de esta insufrible señora por parte de un sicario especializado en la eliminación de indeseables gritadoras.

Salvado este terrible suceso vayamos inmediatamente al post convite también llamado baile nupcial.
Bailar con suegra a ritmo de Brian Adams es un hecho inadmisible desde el punto de la circunspección.
Tío de la novia que saca a bailar, generalmente por la fuerza, a alguna moza de buen ver es un grosero y un impertinente comunitario. La expulsión inmediata de este sujeto esta más que motivada y  debe ser aplaudida por todos los asistentes. Igualmente tía del novio que comente semejante infamia debe ser desalojada ipso facto.

Insistir en que un invitado baile es una canallada sin igual.
Todo llanto de emoción sobra ya que es de subnormales de reconocido prestigio en el campo de la subnormalidad.
Comer marisco como si al día siguiente se acabara la existencia es ordinario.
El asistente que arriesga su vida fumándose una faria aun sin haber fumado un cigarrillo en toda su vida es un gilipollas.
Que se besen, pronunciar o mas bien berrear esta frase durante el desarrollo del ágape no tiene perdón ni comprensión divina.
La corbata debe permanecer en pescuezo durante todo y repito todo el acto, quedando terminantemente prohibido quitarla o aflojar el pertinente nudo. Omito los motivos por los cuales se debe adoptar esta postura.
Las excesivas muestras de alegría, generalmente desproporcionada, son de una vulgaridad infinita.
En boda jamás se cuentan los devenires de la vida propia a nadie, no hay nada más terrible que tener que aguantar una conferencia acerca de lo excepcional futbolista que es el hijo del ponente.
La ordinaria y esto lo digo en mayúsculas la ORDINARIA que propone a algún invitado para realizar el denominado “Baile de la pelúa” debería ser asesinada sin piedad ni cargo de conciencia en el verdugo. Con toda seguridad, cualquier magistrado encargado de juzgar el supuesto homicidio comprendería y aplaudiría el acto criminal. Por supuesto, no encuentro castigo apropiado para el imbécil que sucumbe a los deseos de la ordinaria.
De boda debemos retirarnos a prudente hora, evitando hacer gala de tacañería abusando en la barra libre, barra en la cual, a lo sumo, ingeriremos un Whiskey con hielo y en caso de una reconocida trayectoria como fumador, podremos disfrutar del aroma y sabor de una faria.
Terminada la faria, nos despediremos afectuosamente pero sin mostrar excesiva simpatía de los ex novios y abandonaremos la celebración para no regresar jamás.
Toda despedida que no sea hacia los contrayentes sobra y es de una ordinariez sin igual.

Amigos, la corrección, el decoro, los buenos modales y el buen gusto no se deben perder jamás ni bajo ningún concepto. Tengan muy en cuenta estas consideraciones y sin no se ven capaces de cumplirlas a rajatabla les ruego declinen la invitación. Por su consistencia social y por mis salud. 
    
                      Cuando la impresentabilidad alcanza su plenitud. (FOTO DE ARCHIVO)                                           

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