jueves, 8 de diciembre de 2011

LA NAVIDAD PARTE 1


Yo odiar, lo que se dice odiar, odio muchísimas cosas desde el atún en escabeche hasta los niños por supuesto pasando por los taburetes y el Sol. Pero si hay algo que despierta en mí un odio fuera de lo común es la Navidad.

La Navidad, o Navidad de los cojones como yo acostumbro a llamarla es esa época del año durante la cual hay que ser feliz porque así lo dice la tradición, esa época donde hay que disparar el azúcar a golpe de turrón porque así lo dice la tradición, esa época donde hay que cantar villancicos aunque uno tenga voz de camionero ruso porque así lo dice la tradición..eso es la Navidad.

Y ustedes se preguntarán el por qué de mi odio enfermizo hacia la Navidad pues permítanme amigos que les explique los motivos de mi absoluta desaprobación a este festejo popular.

La Navidad para mi comienza todos los años allá por Agosto, cuando comienzan los primeros anuncios navideños (verdadero objetivo de la Navidad) primero tenemos al insoportable calvo, alopécico de pro que con sus ojos sin pelo te mira y, con gesto golosón, te sopla una especie de polvo amarillento, seguidamente una voz de película pornográfica relata la importancia de tener ilusión apelando al espíritu de la navidad.

Pero ya que esto fuera lo peor de tan insufribles jornadas, la alopécica intervención televisiva da el pistoletazo de salida a un martilleo constante e insufrible de amplia gama de anuncios navideños, la televisión se llena de anuncios de turrón, los comercios reinventan el concepto de la ordinariez colocando espantosas decoraciones con el leitmotiv de papá Noel, un obeso finlandés de dudosa reputación moral en su tierra natal. Los centros comerciales “decoran” sus instalaciones con luces que incitan a la epilepsia.


Pero ya que esto fuera lo peor de tan insufribles jornadas, indeseables niños, hijos de indeseables padres, recorren las calles pertrechados con panderetas y zambombas y llaman a las casas tratando de chantajear a sus moradores, cantan espantosas canciones para más tarde pedir una suma de dinero por la realización de semejante aberración musical.

Indeseables enemigos disfrazados de amigos nos enviarán de manera compulsiva espantosas felicitaciones navideñas haciendo gala de una cursilería fuera de lo común


Pero ya que esto fuera lo peor de tan insufribles jornadas, familiares venidos de inhóspitas y lejanas tierras invaden, cual salvaje horda de hunos, la tranquilidad de nuestro hogar. Seres de costumbres que rozan lo inhumano, generalmente acompañados de niños que son de por si inhumanos, seres que comenten el pecado de la gula con primorosa maestría. Lejanos parientes de lejano número en báscula se sentarán en mesa los primeros y los últimos se levantarán. Desafiarán las leyes de la naturaleza comiendo marisco del malo como si el mundo se fuera a terminar esa misma noche, podrán a prueba su insulina apretándose pastilla y media de turrón y darán fin a toda botella que encuentren a su terrible paso, cantarán espantosos villancicos como si reconocidos cantantes fueran, darán innumerables besos y abrazos a las 00:01 horas del 1 de Enero mientras repiten de manera compulsiva la apestosa frase “Feliz año nuevo” gafando irremediablemente el nuevo año, llorarán ordinariamente al recordar a cualquier familiar que, sensatamente, eligió la vida espiritual antes que tener que compartir la terrenal con tan ordinarios personajes, regalarán libros sistemáticamente y muy probablemente de pasta blanda, súmun de la ordinariez, portarán consigo indeseabilísimos niños, máquinas de molestar y romper objetos de valor.

Las reuniones navideñas son en realidad un punto de tensión en oriente medio, me explico, durante estas indeseables y forzosas reuniones se dan cita individuos de toda índole reunidos una vez al año, cuñadas que, entendiblemente, no soportan al sobrino, suegras que miran inquisitivamente a la nuera, hijos que miran con miradas lascivas a sus nuevas cuñadas y demás flora y fauna. Un simple pásame la sal puede ser consecuencia directa de una confrontación sin precedentes, una mala mirada a un jarrón estratégicamente colocado para la ocasión puede reabrir heridas del pasado, una leve caricia al seno izquierdo de la nueva novia de tu primo segundo puede producir miradas incómodas.

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